Todas las empresas están expuestas a la sensación de confianza que le transmiten a sus clientes. Nadie se libra de ese crucial veredicto

¿Sabéis por qué Instagram ha empezado a aplicar en todos los países del mundo las pruebas de eliminar los “me gusta” de las publicaciones? ¿O por qué la gran mayoría de ciudadanos andamos desconfiando de los datos que el Instituto Nacional de Estadística ha estado recopilando los últimos días de nuestros desplazamientos a través de las principales compañías telefónicas? Pues muy simple. Por una cuestión de confianza. De credibilidad.

Vivimos en una sociedad cada vez más incrédula. No nos fiamos de prácticamente nada. Las fake news están a la orden del día y muchas veces ya no sabemos ni distinguir entre la realidad y un meme o un montaje muy bien elaborado.

Las redes sociales son un escaparate de vidas teóricamente maravillosas, casi perfectas, en las que poca cabida tienen mensajes tristes y deprimentes o en los que se asuman errores y se pidan disculpas.

Como muestra, uno de los últimos vídeos virales en los que se veía a una pareja, al parecer no demasiado animada, en las gradas de un partido de hockey hielo en Canadá. Los dos, con cara de no estar pasándolo demasiado bien e incluso de haber tenido alguna riña minutos antes, fueron pillados por las cámaras del pabellón justo cuando ella decidió hacerse un selfie para colgarlo en su Instagram. Ese instante, justo esa décima de segundo, en la que ante su móvil deciden sonreír forzosamente para inmortalizar el momento, es lo que ejemplifica que muchas personas son capaces de falsear su propia realidad. Felicidad absoluta de cara a la galería. Malestar, amargura e insatisfacción por dentro. ¡Ah! ¿Que no lo habéis visto? Aquí os dejamos el enlace. Juzgad vosotr@s mism@s la escena:

 

Puede que todos seamos un poco así. Nos cuesta reconocer o mostrar nuestros peores momentos. Parece que estemos obligados a estar estupendamente bien. Siempre. En la intimidad puede que no sea tan difícil desnudar nuestro corazón, pero en público…

Somos un colectivo que incluso se mueve por impulsos gregarios. Si estamos en un sitio que no conocemos y vemos un restaurante vacío y los de al lado llenos, ¿por qué nunca decidiremos ir al que no tiene gente? Pues por si acaso ése es uno a los que tiene que hacerle una visita Chicote…

Necesitamos sentirnos reforzados como parte de un grupo. De hecho, grandes masas siguen a infinidad de nuevos y viejos gurús de sectores y temáticas de todo tipo, más bien por creer que pertenecen a una comunidad que por los aprendizajes que obtendrán a cambio. Si alguien está o se pone de moda, no vayas a ser tú el último en enterarte o en seguir dicha tendencia. Vamos prácticamente a ciegas, dejándonos llevar por la corriente. Es lo más cómodo. Aunque no siempre sea lo que más nos conviene.

Sin embargo, en medio de toda esta vorágine, siempre hay espacio para la pausa y la reflexión. O al menos para la exigencia. Cuando demandamos algo, queremos y necesitamos que cumpla con nuestras expectativas. Y es ahí donde entra en juego la credibilidad que tenga cada un@. Si eres un vendedor y no despiertas ningún tipo de confianza, lo sentimos, estás destinado a no comerte una rosca. Así de claro.

Pero tenemos buenas noticias. La confianza, la reputación, el prestigio… son cualidades que tod@s podemos conseguir. Eso sí, si realmente lo deseamos y ponemos mucho esfuerzo en ello.

Paradójicamente, al margen de trabajarlo desde dentro, también se tiene que hacer hacia fuera. De cara a la galería, sí, pero bien. “La mujer del César no sólo tiene que serlo, si no además también debe aparentarlo”, dice el refrán. Esto, trasladado al mundo empresarial, significa que por muy bien que se estén haciendo las cosas, si una compañía es incapaz de transmitir y comunicar correctamente toda es buena labor, entonces ese trabajo prácticamente no sirve para nada. O más bien sirve de mucho menos de lo que podría conseguir.

Ése es el gran error de múltiples empresas. Descuidar su imagen. Su apariencia.

Al contrario, luego hay otras que anteponen la imagen a lo que realmente están ofreciendo a su público. Y eso a la larga también es una equivocación. No se puede vender humo porque al final nadie te lo acaba comprando.

Por ese motivo, la confianza no es sólo una cara bonita, bien vestida y de aspecto agradable. Es algo que hay que construir paso a paso. Siempre desde una base sólida, con sentido y teniendo claro los objetivos a alcanzar.

En Macredi nos volcamos tanto en el cliente que prácticamente aparcamos nuestra propia publicidad. Ya sabes, en casa del herrero… Pero hay una justificación: nuestra satisfacción reside en la de otros. Y en eso podemos asegurar que estamos más que contentos. Será cuestión de credibilidad.

Dejadnos que os contemos una historia de un hombre. Le vamos a llamar señor K.

El señor K tuvo que afrontar la pérdida de su padre de muy pequeño, a los 5 años. Tan jovencito muchas veces ya se hacía cargo de sus dos hermanos menores cocinando para ellos en casa. A los 12 decidió dejar de estudiar para ayudar en la granja familiar, aunque huyó del hogar al sufrir malos tratos por parte de su padrastro. A los 15 se alistó en el ejército con un documento falso, completó el servicio militar pero fue finalmente rechazado. A los 17 ya había pasado por una serie de trabajos como marino mercante, vendedor de seguros o bombero de ferrocarriles y en ninguno tuvo éxito.

Recién cumplida la mayoría de edad se casó, pero siete años después su mujer le dejó y se llevó a su hija. Lejos de derrumbarse, el señor K siguió peleando por sobrevivir. Llegó a ejercer de lavaplatos en una pequeña cafetería. Y luego apostó por dedicarse a lo que ya sabía hacer de pequeño: cocinar. A los 39 años consiguió adquirir una gasolinera donde empezó a vender una de sus recetas especiales (que patentó casi una década después).

Rondaba los 50 y parecía que todo iba bien para el señor K. Pero la construcción de una carretera alejó el tráfico y con ello el paso de clientes en su restaurante. Quebró.

Ya con 60 años pudo al menos vender su establecimiento y empezó a cocinar y repartir su famosa receta por todo el país. Pensó en franquiciar el negocio y llamó a más de 2.000 puertas que le negaron cualquier posibilidad de acuerdo. Pero finalmente, con 74 años de edad, un grupo inversor le hizo una oferta irrechazable y convirtió al señor K en un reputadísimo multimillonario.

Esta historia podría ser ficticia o sacada de una película al más puro estilo Hollywood. Si fuera así, empezaría diciendo aquello de “basada en hechos reales”. Porque el señor K existió. Y aunque falleciera en 1980, hoy en día sigue siendo todo un icono, ya que su imagen es el logo que puede verse en una de las grandes cadenas de comida rápida que hay en el mundo: KFC.

Sí, el señor K en realidad es Harald David Sanders, popularmente conocido como “El Coronel” Sanders, título que le otorgó en su día el estado de Kentucky, como hijo ilustre por su fama como buen cocinero. Y su vida es el claro reflejo de la mentalidad americana de superación ante el fracaso.

Somos muy fans de todas esas personas que nunca se rinden. Nunca. Que cada nuevo tropiezo saben que en el fondo les está acercando a un éxito por llegar. Es algo intrínseco en la cultura de la sociedad estadounidense. Y de la que aquí aún tenemos que aprender y mucho.

Como muestra, una estadística: el 75% de los jóvenes españoles quieren ser funcionarios, mientras que ese mismo porcentaje de estudiantes americanos aspiran a ser emprendedores. Es decir, estabilidad (presuntamente y en teoría) frente a riesgo y osadía. Y en realidad, el mundo es de la gente que se la juega.

En las universidades americanas ya hace tiempo que lo tienen claro. Incluso existe una carrera específica para futuros emprendedores (“Entrepeneurship”), donde se enseña a crear tu propia empresa desde cero, con buena base.

Ya lo dijo Antonio Banderas, famoso actor malagueño instalado y totalmente integrado en la vida americana desde hace muchos años. Lo dijo en una entrevista en el programa ‘El Hormiguero’ de Antena3 TV. Y sus declaraciones se hicieron virales, aunque en realidad no deberían habernos sorprendido tanto (si queréis, podéis recuperar el momento a través de este enlace: https://www.facebook.com/InfoJobs/videos/10153347293255672/). Es precisamente ese espíritu emprendedor, de perseguir siempre el gran sueño, de no darse por vencido jamás, de pelear, trabajar, esforzarse, persistir… Esa mentalidad es la gran diferencia. Porque los fracasos no existen. Son aprendizajes de los que levantarse más sabios y más fuertes.